Todo comienza con oscuridad. No hay luz, no hay sonido… solo un silencio tan profundo que parece vivo. Luego, un susurro… apenas audible… algo que te llama desde lo profundo. De pronto, el calor. No uno cálido, sino abrasador. Un fuego que no consume, pero que quema sin cesar. Gritos. Voces desgarradas que suplican misericordia… pero no hay respuesta. Te han dicho que eso es el infierno. Que es el peor castigo que un alma puede soportar. Que no hay nada más allá de ese tormento.
Pero eso no es cierto. El infierno es solo la primera estación. Un lugar de espera… una antesala del juicio definitivo. Lo peor… todavía no ha comenzado. Hay algo más profundo. Más oscuro. Más eterno. Un destino del cual ni siquiera el infierno podrá escapar. Y cuando te des cuenta de lo que realmente viene después… será demasiado tarde. ¿Estás seguro de querer saber la verdad? Porque una vez que la escuches… ya no podrás dormir tranquilo.
No todos los que están en el infierno fueron asesinos. No todos fueron brujos, satanistas o monstruos a los ojos del mundo. Muchos… eran personas comunes. Gente que sonreía, que trabajaba, que ayudaba a los demás. Incluso algunos hablaban de Dios… pero sus nombres no fueron hallados en el Libro de la Vida. ¿Por qué? Porque no es suficiente con parecer bueno. No es suficiente con ser religioso. Ni siquiera es suficiente con asistir a una iglesia. El infierno está lleno de personas que creyeron estar a salvo. Predicadores. Líderes espirituales. Falsos profetas. Hombres y mujeres que usaron el nombre de Dios… pero que nunca lo conocieron realmente. Jesús lo dijo: "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor… ¿no profetizamos en tu nombre? ¿No hicimos milagros en tu nombre?… Y entonces les declararé: nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad".
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