En algún momento, todos enfrentaremos la misma realidad. El aire se vuelve pesado, los latidos se apagan uno a uno, y de repente… todo se detiene. El cuerpo queda inerte, pero la conciencia sigue despierta. Lo que viene después es un enigma del que pocos han regresado. Algunos creen que la muerte es solo un descanso eterno. Pero hay quienes han cruzado ese umbral y han visto algo completamente diferente. No encontraron paz, ni luz, ni descanso. Lo que vieron fue oscuridad… y algo más esperando al otro lado. El tiempo deja de existir. La sensación de flotar en un vacío absoluto se convierte en el primer tormento. No hay suelo bajo los pies, no hay aire para respirar, solo un silencio sofocante que se rompe con murmullos distantes. Voces que no deberían estar ahí. Susurros que llaman por un nombre que nadie más puede oír. Las historias de quienes han regresado coinciden en un mismo punto: la muerte no es el final. Algo arrastra, empuja y consume. Algo que se oculta más allá de lo visible, esperando el momento exacto para llevarse lo que queda del alma. Nadie puede escapar de este destino. Nadie puede evitar el momento en que todo se apaga… y empieza el verdadero horror.
Nadie responde. Nadie mira. Nadie sabe que todavía estás aquí. Intentar hablar es inútil. No hay voz. No hay eco. La boca se mueve, pero no hay sonido. Los gritos se ahogan en un vacío absoluto. La desesperación crece, golpeando la mente como un puño invisible. El entorno cambia. Ya no hay sombras, ni lamentos, ni presencia alguna. Solo un inmenso y aterrador silencio. Es peor que el ruido. Es peor que los gritos. Es la ausencia total de todo. Se intenta moverse, pero el cuerpo no responde. O quizás ya no hay cuerpo. Solo la conciencia suspendida en la nada. Todo lo que fue real ahora es inalcanzable. Entonces, algo se ve en la distancia. No es una figura ni un objeto. Es un destello, una fracción de lo que parece ser la vida anterior. Un lugar, una habitación, una imagen borrosa de lo que quedó atrás. Personas. Familias. Amigos. Todos siguen allí, moviéndose en su mundo, ajenos a la presencia que los observa. Se intenta llamarlos. Se intenta tocarlos. Pero no reaccionan. Están cerca y al mismo tiempo… están demasiado lejos. El horror golpea con una verdad imposible de asimilar: pueden estar a centímetros, pero jamás podrán escuchar. Jamás podrán ver. Es un prisionero en su propio olvido, atrapado en un espacio intermedio donde el tiempo avanza sin permitir avanzar. Entonces, algo cambia. Uno de ellos, por un breve instante, detiene su mirada. Un escalofrío recorre su piel. Su respiración se altera. Algo dentro de él parece haber sentido algo… pero en un segundo lo ignora y sigue adelante, como si nunca hubiera ocurrido. Mira nuestro video completo.