Desde el principio de los tiempos, el infierno ha sido el símbolo del castigo eterno, un lugar de tormento para las almas que desafiaron la justicia divina. Durante milenios, se creyó que el infierno era el final… el destino último de los impíos. Pero pocos saben que incluso el infierno tiene un día de juicio.
En lo más profundo del universo espiritual, más allá del tiempo, existe un decreto oculto en las páginas selladas del Apocalipsis: el infierno también será juzgado. Todo comenzó con una señal en el cielo. Una luna negra como el abismo surgió, emitiendo un lamento que solo los ángeles caídos podían entender. Las estrellas comenzaron a caer como antorchas encendidas, y en la Tierra, los hombres justos temblaron… pero los demonios, ellos supieron lo que venía. Una voz retumbó desde el trono de Dios: El juicio ha comenzado. El Hades será arrojado al fuego eterno. Los portales del infierno se estremecieron. Las llamas que tanto tiempo habían castigado ahora parecían apagarse ante un nuevo fuego… uno aún más terrible: el Lago de Fuego, reservado para la condena final. Y mientras el universo entero contenía el aliento, una figura emergía del abismo…
Desde las profundidades del abismo, emergió una figura vestida con sombras vivientes. Su rostro estaba oculto bajo un velo de oscuridad ardiente, y donde caminaba, los gritos de las almas condenadas enmudecían. No era un demonio. No era un ángel. Era el Custodio del Hades, el antiguo guardián del infierno, creado para administrar la condena… y ahora sentenciado junto con ella.